Ser madre o padre neurodivergente: desafíos, fortalezas y claves para una crianza inclusiva

Ser madre o padre neurodivergente: desafíos, fortalezas y claves para una crianza inclusiva

Cuando se habla de neurodivergencia y crianza, muchas veces el foco está puesto en los hijos o hijas neurodivergentes. Sin embargo, cada vez es más visible la realidad de madres y padres que también son neurodivergentes. Ser madre o padre con autismo, TDAH, dislexia, ansiedad social, trastornos del procesamiento sensorial u otras condiciones neurológicas no significa ser menos capaz de criar. Implica, sí, vivir la parentalidad desde una perspectiva distinta, con desafíos propios, pero también con fortalezas únicas.

Reconocer esta diversidad dentro de la propia crianza es fundamental para visibilizar las múltiples formas de ser familia y promover entornos de apoyo adecuados.

¿Qué significa ser neurodivergente?

El término neurodivergente se refiere a las personas cuyas formas de procesar la información, percibir el entorno o interactuar con los demás difieren de lo que socialmente se considera “neurotípico”. No es sinónimo de enfermedad, sino de variación neurológica. Incluye, entre otros, a personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA), TDAH, dislexia, discalculia, Tourette, ansiedad social, trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), y otras condiciones cognitivas o sensoriales.

En el caso de madres y padres neurodivergentes, estas características no desaparecen con la llegada de la maternidad o paternidad, sino que se integran en su experiencia cotidiana de crianza.

Desafíos específicos en la parentalidad neurodivergente

La crianza ya es, de por sí, una tarea compleja y demandante. Para una persona neurodivergente, pueden sumarse desafíos adicionales dependiendo de su perfil neurológico.

En el caso de madres y padres con TDAH, por ejemplo, la organización del tiempo, la planificación de rutinas o el manejo de múltiples tareas simultáneas puede ser especialmente desafiante. Las demandas constantes de atención que implica la crianza pueden resultar agotadoras, generando períodos de sobrecarga o desregulación emocional.

Quienes presentan ansiedad social o dificultades en la interpretación de señales sociales pueden experimentar incomodidad al interactuar con otros padres, participar en reuniones escolares o asistir a eventos grupales.

Para algunas personas autistas, la hipersensibilidad sensorial puede hacer que los ruidos constantes, el llanto o los cambios de rutina generen niveles elevados de estrés. Las demandas emocionales intensas de la crianza pueden resultar abrumadoras si no se cuenta con apoyos adecuados.

Además, muchas veces enfrentan juicios sociales o incomprensión por parte de profesionales de salud, educación o incluso del entorno familiar, al partirse aún de la creencia errónea de que solo existen “formas normativas” de ejercer la maternidad o paternidad.

Fortalezas de ser madre o padre neurodivergente

A pesar de los desafíos, es fundamental reconocer que la neurodivergencia también aporta habilidades valiosas al ejercicio de la crianza.

Muchas madres y padres neurodivergentes destacan por su alto nivel de empatía hacia la diferencia, su capacidad de respetar los ritmos individuales de sus hijos o hijas, y su disposición a cuestionar los modelos de crianza tradicionales que no siempre resultan respetuosos o adaptados a las necesidades de cada niño o niña.

El pensamiento fuera de lo convencional, la creatividad para buscar soluciones alternativas, la capacidad de observación detallada o el desarrollo de estrategias personales para organizarse, son algunas de las herramientas que muchas personas neurodivergentes aplican en su parentalidad.

Además, cuando sus propios hijos e hijas también son neurodivergentes, su experiencia personal puede convertirse en una fuente invaluable de comprensión, acompañamiento genuino y validación emocional.

La importancia de construir redes de apoyo

Para madres y padres neurodivergentes, contar con una red de apoyo sólida es esencial. Esta red puede incluir a la pareja, familiares, amistades, profesionales de salud mental, terapeutas ocupacionales, grupos de crianza inclusivos o comunidades online de otros padres neurodivergentes que comparten experiencias similares.

Pedir ayuda no es signo de incapacidad, sino un acto de cuidado y autocuidado. Delegar ciertas tareas, establecer rutinas visuales o flexibles, y priorizar el descanso son estrategias que ayudan a sostener el equilibrio emocional y físico.

Asimismo, es importante contar con profesionales de salud que comprendan la neurodivergencia adulta y que validen la experiencia de estos padres sin patologizarla.

Romper mitos sobre la parentalidad neurodivergente

Uno de los mayores obstáculos que enfrentan las madres y padres neurodivergentes son los estigmas sociales. Persiste la idea errónea de que no serán capaces de cuidar adecuadamente de sus hijos, que sus diferencias los incapacitan para establecer vínculos afectivos sanos o que no pueden ofrecer un entorno estable.

Estas creencias no solo son falsas, sino que generan barreras emocionales innecesarias. La parentalidad, neurodivergente o no, requiere apoyos, comprensión y adaptaciones. No existe una única forma válida de criar; existen múltiples caminos posibles, todos igual de valiosos.

Ser madre o padre neurodivergente implica integrar las propias características neurológicas en la experiencia de la crianza. Aunque puedan presentarse desafíos particulares, existen también fortalezas poderosas que enriquecen el vínculo con los hijos e hijas.

Visibilizar esta realidad es clave para construir sociedades más inclusivas, que valoren la diversidad en todas sus formas, y que acompañen a las familias desde un enfoque de respeto, derechos y comprensión profunda de las diferencias humanas.

 

¿Conoces experiencias de madres o padres neurodivergentes? ¿Qué apoyos considerás fundamentales para acompañar la crianza en estos casos? ¡Dejanos tu comentario! Si deseas conocer más sobre diversidad en la crianza, te invitamos a leer nuestro artículo: Autonomía vs. sobreprotección familiar: la línea invisible que afecta a miles de adultos con discapacidad 

Hermanos de personas con discapacidad: el rol no nombrado en la red de cuidados

Hermanos de personas con discapacidad: el rol no nombrado en la red de cuidados

En muchas familias donde hay una persona con discapacidad, los vínculos entre hermanos y hermanas adquieren una dimensión particular. Más allá del lazo afectivo, quienes crecen junto a una persona con discapacidad suelen asumir, desde edades tempranas, roles que no siempre son visibilizados ni reconocidos socialmente. Apoyo emocional, colaboración en cuidados, mediación en lo social, defensa frente al estigma: estas son solo algunas de las funciones que, sin haber sido necesariamente elegidas, forman parte de su día a día.

Sin embargo, a pesar de la importancia de su presencia, el papel que ocupan en la vida familiar, en la red de apoyos y en el desarrollo de su ser querido con discapacidad suele quedar fuera del foco de atención. Mientras padres, madres, tutores o figuras cuidadoras reciben información, formación o acompañamiento, los hermanos y hermanas a menudo quedan en un segundo plano.

¿Qué implica ser hermano o hermana de una persona con discapacidad?

Ser hermano o hermana de una persona con discapacidad puede implicar aprendizajes únicos, una profunda empatía y una mirada más inclusiva del mundo. Pero también puede traer consigo sentimientos contradictorios: responsabilidad, culpa, celos, miedo al futuro o sensación de invisibilidad.

Desde la infancia, muchas veces se espera de estas personas una madurez anticipada. Se les pide “entender” sin explicar, “ayudar” sin medir cargas, “acompañar” sin preguntar si están listas o listos para hacerlo. Esto no significa que el vínculo no sea amoroso, sino que es fundamental reconocer que también puede ser exigente, incluso cuando se asume con compromiso y cariño.

En la adolescencia y adultez, las preguntas se intensifican. ¿Quién cuidará a mi hermano o hermana cuando falten mis padres? ¿Qué lugar ocupa esta responsabilidad en mis propios proyectos de vida? ¿Cómo dialogo con mi derecho a tener un camino propio sin abandonar el acompañamiento que quiero brindar?

Estas son preguntas complejas que no siempre encuentran espacios para ser expresadas ni acompañadas adecuadamente.

Invisibilidad social y falta de acompañamiento

En la mayoría de los contextos, las políticas públicas, los programas de apoyo o los espacios de contención están enfocados principalmente en las personas con discapacidad y en sus cuidadores principales. Esto deja fuera del diseño a los hermanos y hermanas, que muchas veces cumplen un rol activo pero no formalmente reconocido dentro del sistema de cuidados.

La invisibilidad también se expresa en el ámbito escolar y social. Docentes, profesionales de la salud y personas adultas en general tienden a centrarse en “la situación” de la persona con discapacidad, sin observar cómo impacta esa dinámica en los demás integrantes de la familia, especialmente en quienes crecen compartiendo afectos, rutinas y responsabilidades.

Es fundamental romper con esta lógica que invisibiliza, y comenzar a construir miradas integrales que incluyan las voces, vivencias y necesidades de todas las personas implicadas.

La importancia de nombrar, escuchar y acompañar

El primer paso para reconocer el rol de los hermanos y hermanas es nombrarlo. Hablar de ellos y ellas no desde la excepcionalidad, sino desde la cotidianidad de su experiencia. Validar que pueden sentir angustia, cansancio, dudas, y que eso no los convierte en malas personas ni en menos comprometidos. Todo lo contrario: abrir espacios donde puedan expresar sin juicios es una forma de cuidar a quienes cuidan.

En segundo lugar, es necesario escuchar activamente sus historias, preguntarse cómo están, qué necesitan, qué opinan sobre las decisiones familiares. La participación activa en temas que los involucran no debe darse por sentada, sino propiciarse con tiempo, empatía y respeto por sus ritmos.

Finalmente, acompañar también implica ofrecer espacios específicos de contención, redes de pares, materiales adaptados a sus edades y procesos. No se trata de sobreinformar, sino de brindar herramientas para que puedan comprender y elaborar su rol desde un lugar saludable, donde el amor no esté condicionado por la obligación ni el cuidado sea sinónimo de renuncia.

 

Porque cuidar, cuando es compartido, comprendido y sostenido, también puede ser una experiencia transformadora. ¿Has acompañado o acompañas a una persona con discapacidad dentro de tu familia? Tu historia puede ayudar a otras personas. ¡Deja un comentario! Te invitamos a leer el artículo: El síndrome del cuidador y como afrontarlo: guia para familiares y amigos de personas con discapacidad

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