Movilidad sostenible y discapacidad: ¿son realmente accesibles las bicicletas públicas, monopatines y ciclovías?
Un desafío no visible en las calles de nuestras ciudades
La movilidad sostenible ha ganado protagonismo en los últimos años como una alternativa saludable, ecológica y económica para moverse por las ciudades. El crecimiento de sistemas de bicicletas públicas, el auge de los monopatines eléctricos y la expansión de redes de ciclovías son señales de una transformación urbana con buenas intenciones. Pero hay una pregunta que pocas veces se formula: ¿estas soluciones son realmente accesibles para las personas con discapacidad?
Si el futuro de la movilidad busca ser más limpio y eficiente, también debe ser más inclusivo. De lo contrario, se corre el riesgo de crear un sistema de transporte paralelo que siga dejando fuera a quienes ya enfrentan múltiples barreras en el espacio urbano.
Movilidad sostenible: ¿para quién?
Los discursos oficiales suelen presentar las bicicletas compartidas, los monopatines eléctricos y las ciclovías como avances universales. Sin embargo, cuando se analiza desde la experiencia de una persona con discapacidad, la realidad cambia. En la mayoría de los casos, estos medios no fueron pensados para cuerpos diversos ni contemplan necesidades específicas en su diseño, distribución o uso.
Entre las principales barreras se encuentran:
- Diseño físico de los vehículos, que no contempla adaptaciones para personas con movilidad reducida, baja estatura, prótesis o equilibrio limitado.
- Apps de acceso y pago que muchas veces no son accesibles para personas con alguna discapacidad sensorial o con discapacidad cognitiva.
- Estaciones y anclajes ubicados en veredas angostas o desniveladas, que dificultan el acceso incluso para personas usuarias de sillas de ruedas o bastones.
- Ausencia de bicis adaptadas (como triciclos o handbikes) en los sistemas públicos compartidos.
Así, lo que en principio aparece como una mejora del entorno urbano, termina reforzando las desigualdades existentes si no se incluye la perspectiva de accesibilidad desde el inicio.
El caso de las ciclovías: seguras, pero no para todas las personas
Las ciclovías prometen ser espacios seguros para quienes se mueven sin motor. Pero cuando se revisan sus características bajo un enfoque de accesibilidad, aparecen problemáticas como:
- Falta de señalización táctil o sonora, que impide que personas ciegas o con baja visión puedan ubicarse o anticipar cruces.
- Ausencia de rampas suaves de acceso desde las veredas, lo que hace imposible entrar o salir con triciclos adaptados o vehículos de asistencia.
- Estrechamiento de veredas contiguas, lo que reduce el espacio disponible para personas con sillas de ruedas, andadores o coches adaptados.
- Confusión entre senderos peatonales y ciclovías, que puede representar un riesgo de accidentes para personas con discapacidad intelectual o con dificultades de orientación.
En muchos casos, las ciclovías mejoran la seguridad vial para personas usuarias de bicicletas, pero no generan beneficios directos —ni indirectos— para quienes se desplazan de forma diferente.
¿Qué alternativas existen?
Hay soluciones que distintas ciudades han comenzado a implementar con buenos resultados. Algunas de ellas incluyen:
- Bicicletas adaptadas dentro del sistema público, como tándems, triciclos o bicis con plataformas para sillas de ruedas.
- Aplicaciones móviles accesibles, con navegación por voz, compatibilidad con lectores de pantalla y lenguaje claro.
- Capacitación al personal de soporte, para ofrecer asistencia adecuada a personas con discapacidad.
- Campañas de concientización, que promuevan la convivencia respetuosa entre peatones, ciclistas y personas que utilizan ayudas técnicas.
- Mapeo colaborativo de barreras en ciclovías y zonas de tránsito liviano, donde las propias personas usuarias pueden reportar obstáculos y necesidades.
Incluir la perspectiva de las personas con discapacidad no solo mejora la equidad, sino que también potencia la calidad del sistema para todas las personas.
¿Por qué hablar de esto importa?
Porque la movilidad sostenible no puede ser solo una etiqueta ambiental. Si se quiere que sea realmente transformadora, debe integrar el principio de accesibilidad universal. Eso implica diseñar, implementar y evaluar políticas de transporte con participación activa de las personas con discapacidad.
Más aún, la movilidad no es solo traslado: es acceso a la ciudad, al trabajo, al ocio, a la cultura. Por eso, dejar fuera a millones de personas en nombre de lo “sustentable” no es progreso: es exclusión verde.
El camino hacia una movilidad urbana más justa y sostenible exige repensar desde cero qué cuerpos y formas de desplazarse están siendo reconocidas en las decisiones públicas. Bicicletas públicas, monopatines y ciclovías son herramientas valiosas, pero solo lo serán plenamente si integran a todas las personas desde la diversidad de sus capacidades.
El futuro del transporte urbano debe ser accesible, inclusivo y verdaderamente compartido. Porque si no es para todas las personas, no es sostenible. ¿Qué piensas de esto? ¡Dejanos tu comentario!

