Discapacidad y salud menstrual: cómo afecta y qué barreras persisten en el acceso a productos e información
Hablar de menstruación sigue siendo un tabú en muchas sociedades. Cuando se trata de personas con discapacidad, ese silencio puede ser aún mayor. Las barreras sociales, culturales, económicas y estructurales que afectan el acceso a una gestión menstrual digna se multiplican para quienes conviven con alguna condición de discapacidad, generando desigualdades que impactan en la salud, la autonomía y la participación plena en la vida cotidiana.
¿Por qué es importante hablar de menstruación y discapacidad?
La menstruación es una experiencia fisiológica natural, pero no todas las personas pueden gestionarla de la misma manera. Las personas con discapacidad —especialmente aquellas con discapacidades motrices, sensoriales, psicosociales o cognitivas— pueden enfrentar obstáculos adicionales para acceder a información clara, productos adecuados, espacios higiénicos o apoyos personalizados.
Incluir esta conversación en la agenda de derechos es fundamental para reconocer que la salud menstrual también es una cuestión de equidad, dignidad y autonomía.
Barreras frecuentes en la gestión menstrual
Acceso limitado a productos menstruales
Muchas personas con discapacidad viven en condiciones de pobreza o dependen de cuidadores o instituciones para acceder a productos como toallas higiénicas, tampones o copas menstruales. En algunos contextos, estos productos no están adaptados ni se distribuyen en programas de asistencia con perspectiva de accesibilidad.
Falta de privacidad y autonomía
Algunas personas requieren apoyo para cambiar sus productos menstruales o higienizarse. La ausencia de espacios accesibles, seguros y privados puede vulnerar su derecho a una gestión menstrual digna y respetuosa. Esto se agrava en instituciones de cuidado, escuelas o centros de salud sin protocolos adecuados.
Escasez de información accesible
La educación sexual y menstrual muchas veces no contempla las necesidades de personas con discapacidad visual, auditiva o intelectual. Hay pocos recursos adaptados en lectura fácil, lengua de señas o formatos alternativos. La falta de información clara puede generar confusión, miedo o dependencia excesiva.
Estigmas y desinformación
Persiste la idea errónea de que algunas personas con discapacidad no menstrúan, no comprenden lo que les sucede o no necesitan recibir educación sobre su cuerpo. Este tipo de mitos refuerza el capacitismo y limita la posibilidad de hablar abiertamente sobre lo que viven, sienten o necesitan durante el ciclo menstrual.
¿Qué se puede hacer?
Adaptar la educación menstrual
Es fundamental desarrollar materiales educativos inclusivos, en diversos formatos y lenguajes, que permitan a todas las personas comprender su cuerpo, su salud y sus derechos. Esto incluye talleres en lectura fácil, materiales audiovisuales con lengua de señas, pictogramas y recursos para familias o cuidadores.
Garantizar el acceso a productos adecuados
Los programas públicos de salud menstrual deben considerar a las personas con discapacidad como grupo prioritario, ofreciendo productos sin costo, adaptados y distribuidos de forma accesible, incluso en instituciones de cuidados o contextos rurales.
Mejorar la infraestructura sanitaria
Los baños deben contar con elementos de apoyo como barras, espacio suficiente para sillas de ruedas, superficies higiénicas y condiciones de privacidad. También es clave que el personal de instituciones educativas o de salud esté capacitado para acompañar la gestión menstrual desde una perspectiva de derechos.
Promover el derecho a decidir
Las personas con discapacidad tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos, incluyendo cómo gestionar su menstruación. Evitar prácticas no consensuadas, como esterilizaciones forzadas o intervenciones médicas sin consentimiento informado, es parte del respeto a su autonomía corporal.
Una cuestión de justicia menstrual
La salud menstrual no debe ser un privilegio. Hablar de menstruación en clave de discapacidad es reconocer que no todas las personas viven esta experiencia de la misma manera, y que garantizar el acceso a información, productos, apoyo y espacios adecuados es parte de construir una sociedad más inclusiva.
Incorporar la perspectiva de discapacidad en las políticas de salud menstrual no solo mejora la calidad de vida de millones de personas, sino que nos invita a repensar cómo abordamos los cuidados, la autonomía y el derecho a habitar nuestros cuerpos sin barreras.
¿Conoces experiencias o recursos que hayan mejorado la gestión menstrual de personas con discapacidad? ¿Qué barreras aún persisten en tu comunidad? Te invitamos a compartir tu mirada en los comentarios. Visibilizar estas realidades es el primer paso para transformarlas.

