El recreo como espacio de exclusión o inclusión: reflexiones desde el aula
En el imaginario colectivo, el recreo suele ser considerado un momento libre, alegre y espontáneo dentro de la jornada escolar. Es el espacio donde las personas estudiantes se distienden, socializan y construyen vínculos fuera de la estructura formal del aula. Sin embargo, para muchas personas con discapacidad o con diferencias en la forma de comunicarse, jugar o moverse, el recreo puede convertirse en uno de los momentos más solitarios, invisibles o estigmatizantes del día.
Lejos de ser un paréntesis neutral, el recreo refleja y reproduce muchas de las dinámicas de inclusión o exclusión que existen dentro de la institución escolar. Por eso, es necesario observarlo con atención, intervenir cuando sea necesario y, sobre todo, repensarlo como una oportunidad concreta de construir inclusión desde la infancia.
¿Quiénes participan, quiénes no?
Las escenas más frecuentes durante el recreo suelen estar protagonizadas por juegos grupales, conversaciones entre pares o actividades físicas. Pero en los márgenes de esos grupos, muchas veces, quedan personas que no son invitadas, que no comprenden las reglas del juego o que no encuentran un espacio seguro donde integrarse.
Las personas con discapacidad suelen enfrentar múltiples barreras en este momento: desde la falta de accesibilidad física o comunicacional hasta la exclusión social intencional o simbólica. Por ejemplo, una persona con discapacidad motriz puede ver limitado su acceso al patio por escaleras o superficies inadecuadas. Una persona con autismo puede sentirse desbordada por el ruido o la imprevisibilidad del entorno. Y muchas veces, los juegos o interacciones dominantes están atravesados por códigos que no han sido previamente explicados ni compartidos.
Esto no solo afecta la experiencia del recreo, sino también la construcción de la identidad, la autoestima y el sentido de pertenencia de las personas que se sienten excluidas.
El rol del equipo docente y la comunidad educativa
Si bien el recreo es un espacio de mayor autonomía para las personas estudiantes, esto no significa que sea un terreno “sin reglas” o sin responsabilidad pedagógica. La mirada del equipo docente es fundamental para identificar situaciones de aislamiento, exclusión o violencia sutil.
Observar quiénes juegan siempre con las mismas personas y quiénes quedan solos, qué tipos de juegos se proponen espontáneamente y cuáles quedan sistemáticamente fuera, puede ofrecer valiosa información para trabajar luego en el aula desde un enfoque reflexivo e inclusivo.
Además, es importante que las personas adultas acompañantes en los espacios comunes estén capacitadas en diversidad, accesibilidad e inclusión. La presencia activa y consciente de estas figuras puede marcar la diferencia entre una situación de exclusión que se naturaliza y una oportunidad para intervenir, mediar y generar alternativas de encuentro.
Diseño universal y recreos accesibles
Para que el recreo sea verdaderamente inclusivo, se deben considerar elementos de diseño universal. Esto implica planificar los espacios, actividades y materiales de forma que puedan ser utilizados por todas las personas, sin necesidad de adaptaciones posteriores.
Esto incluye pensar en patios con circuitos accesibles, juegos que no dependan exclusivamente de la velocidad o la fuerza física, zonas de descanso sensorial, señalización visual o pictográfica, y propuestas lúdicas variadas que contemplen diferentes estilos de comunicación y participación.
Un recreo inclusivo también puede enriquecerse con estrategias como juegos cooperativos, actividades organizadas por turnos, rincón de arte libre, zonas de lectura o pequeños desafíos colectivos. Lo importante es que todas las personas tengan posibilidades reales de participación, sin quedar fuera por su forma de moverse, pensar o relacionarse.
Escuchar para transformar
Una herramienta poderosa para avanzar hacia recreos más inclusivos es escuchar a las propias personas estudiantes. Preguntarles cómo se sienten durante el recreo, qué cosas disfrutan, cuáles les resultan difíciles o qué cambiarían, permite construir soluciones más cercanas a sus necesidades reales.
Esta escucha no debe ser puntual ni simbólica, sino sostenida en el tiempo y traducida en acciones concretas. Incluir estas reflexiones en proyectos escolares, en consejos de aula o en dinámicas de grupo fortalece la participación democrática y genera un sentido de corresponsabilidad entre todas las personas.
También es importante abrir espacios de diálogo con las familias, ya que muchas veces son ellas quienes identifican señales de exclusión que no siempre son visibles dentro del establecimiento.
De la integración a la inclusión real
Hablar de recreo inclusivo no se trata solo de permitir la presencia de personas con discapacidad en el patio escolar. Se trata de garantizar que esa presencia se traduzca en participación, disfrute y vínculos reales. Es pasar de la integración pasiva a la inclusión activa, donde cada persona se sienta bienvenida, valorada y respetada.
Esto requiere revisar nuestras prácticas, cuestionar hábitos naturalizados y pensar creativamente en nuevas formas de estar, jugar y compartir.
El recreo no es un espacio menor. Es un territorio vital donde se aprenden normas sociales, se ensayan roles, se expresan emociones y se construyen —o se rompen— vínculos. Por eso, debe ser un eje prioritario en cualquier proyecto educativo inclusivo.
Garantizar que cada persona pueda participar plenamente en este momento es también defender su derecho a la infancia, al juego, a la amistad y a la libre expresión. En definitiva, a ser parte y garantizar la inclusión.
¿Has observado dinámicas de exclusión o inclusión durante el recreo en tu entorno educativo? ¡Dejanos tu comentario! Te invitamos a leer nuestro artículo: Evaluación con perspectiva inclusiva: adaptar exámenes para estudiantes con discapacidades múltiples

